Bueno…por dónde empezar después de tanto tiempo sin pasar
por aquí… ¡Buff! Muchas cosas… Entre otras, que inevitablemente llegó mi temido
verano, ese que no he querido planificar y al que no puedo mirar más allá de
los próximos tres días, porque da vértigo ver a lo lejos cómo asoman los días
que voy a estar sin mi Princesa…
En fin, pero también los raticos buenos con ella, intensos,
preciosos… Nuestra escapadita a la playa de 10 días (toma de contacto para lo
que luego vendrá), los días que hemos disfrutado de San Fermín… De todo ha
habido, que ya iré contando…
Y hoy me siento un ratito para contaros que estoy haciendo
un minucioso trabajo quita-miedos-al-dentista con la pequeña porque, también
inevitablemente, vamos a tener que visitarlo en breve.
Creo que no os he contado que la Princesita es la más dulce
del mundo, pero siempre y cuando no saca el genio a relucir. Porque tiene el
suyo. Y gordo. Para demostrárnoslo, en
su primera rabieta, cuando tenía menos dos años, decidió lanzarse de cara al
suelo y no poner las manos para amortiguar el golpe. Si. Tal cual. Dejó media
pala en el suelo. Y no la volvimos a ver... (a la pala, la Princesa sigue
conmigo).
Así que si su cara ya era bonita, ahora es además, original.
Hace un par de meses, ella se dio cuenta de que sus dientes no eran como los de
los demás. Y yo le digo que no. Que los suyos son mucho más bonitos porque son
especiales.
Especiales o no, lógicamente, tuvimos que ir al dentista,
para ver el alcance de la lesión. Y desde entonces, un par de veces más. Las
visitas eran desagradables para la Princesa, y eso que no han sido más que
revisiones, para las cuales la tengo en brazos, la dentista se quita la bata,
no le enseña ninguno de esos cacharritos plateados y todo acaba con algún
juguetito nuevo para que se lleve alguna experiencia positiva…
En principio no parecía que el dichoso diente fuera a dar
mayores problemas, solo que el Sr. Pérez vendría con su saquito de monedas un
poco antes de lo esperado (por si no fuera poca la crisis…).
Pero hace unos
días, he visto, en una de sus carcajadas, que tiene el diente partido cariado,
y que el de al lado, también se está estropeando.
Después del disgustillo
inicial, fui corriendo a coger un libro que tenía guardado hace tiempo (como si
me lo oliera) sobre un niño, Andrés, que va al dentista. Y desde entonces vamos
preparando a la Princesa para la súper-experiencia-magnífica-fantástica que va
a ser volver a esa señora que le hacía abrir la boca tanto hace seis meses. Lo
leemos cada noche, duerme con él bajo la almohada y le cepillo los dientes
después de que lo haga ella, como una loca… Aun no he pedido cita. Mañana
mismo. Espero que nos den cita para YA.
Porque que se le vayan cayendo los dientes y esté tres años
como una viejita, sería tener la sonrisa “demasiado” especial...
Y más que nada porque en vez de comer los bocadillos de chorizo, hasta los seis años, los tendría que chupar.