Hace más o menos un mes que Lola, nuestra Schnauzer miniatura, se fue a vivir a la otra casita. Aun sigo oyendo ruidos en casa y me parece que está ella, como un felpudo negro, tumbada por la casa. Con la llegada de la princesa, Lola fue destronada y había días que apenas pasaba rato con ella. Si ella hubiera hablado en alguna ocasión, posiblemente me hubiera ganado una buena bronca por mala dueña... Pero si supiera lo que, sin enterarme, ocupaba en esta casita y entre nosotros, me hubiera perdonado.
En principio la compra de la perra fue una idea mía hace unos 6 años, a la que él accedió. Pero los últimos tres años me ha costado pensar en ella como una responsabilidad más, y el papá de Noa ha sido el que se ha encargado de sus cuidados. Y desde que él se fue de casa, a mi se me amontonaba, la perra, la niña, los paseos con la perra, con la niña... Bajar a la calle con la perra en una mano, la bolsa de basura en la otra, la niña ya en pijama en la mochila, a ver si entretanto se dormía... Y la primera sensación cuando Lola se cambió de domicilio fue ALIVIO, una responsabilidad menos, pero conforme pasa el tiempo, y no la oigo ladrar cuando tocan al timbre, no sale a recibirme cuando llego a casa, no la veo jugar y respetar a la princesa con todo el cuidado del mundo...la voy echando más de menos. Cuando recojo a Noa de su otra casita, aprovecho para hacer a Lola mil cariños, y ella se pone muy contenta. Tengo la tranquilidad de que la podré seguir disfrutando algunos fines de semana o vacaciones, espero que ella no sea muy rencorosa y algún día me perdone que no me pude hacer cargo de ella como se merecía... ¿Le tendríamos que haber explicado también el plan de las dos casitas?
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