Siempre he sido partidaria con los niños de DAR TIEMPO. Dar
tiempo en el sentido de que somos animales (algunos más evolucionados que
otros, pero este ya es otro tema…), y que por naturaleza venimos al mundo con
unas capacidades básicas predeterminadas que aparecen y florecen en el momento
en el que el niño o niña está preparado para ello.
En este sentido, nuestros niños y niñas, a los 9 meses o a
los 18, terminan caminando. A los 5 años o a los 8, por norma general, leyendo.
Y pocos, o ninguno, duermen en la cama de los adultos con 15 años. El niño o
niña se sienta o camina cuando su cuerpecito está preparado para soportar el
peso y el movimiento necesarios, y pide él mismo dormir en su cama, cuando los
miedos no le atormentan y prima la necesidad de autonomía sobre otras.
Creo que tenemos que ofrecer posibilidad, oportunidad y
modelo a nuestros niños, relativizando tablas de hitos evolutivos y
percentiles, que lejos de ayudar, suponen una injusta presión para padres y
madres (y en consecuencia para los hijos/as).
Expuesta mi humilde creencia, entro a compartir mi
experiencia. Noa fue una de esas niñas que empezó a andar más tarde de lo que
los pediatras y las abuelas esperan. No ocurrió lo mismo con el lenguaje, que
aparecía a los 9 meses en forma de sencillas palabras. Desde entonces parece
que esta área ha sido destacada en la princesa, alucinando ya su educadora
infantil con sus explicaciones.
Ya desde hace un par de años podía pasar largos ratos
jugando a identificar y crear formas con las letras y números con imán que le
coloqué en la nevera.
A día de hoy y desde los cuatro años y medio, Noa no solo
lee palabras sino que lo hace con pequeños cuentos. Y está “obsesionada” con
ello. Le encanta y le refuerza mucho compartir este potencial. Y el mundo que
le rodea se convierte en algo legible. Carteles, anuncios, marcas. Estamos
rodeados de palabras susceptibles de ser leídas.
Así que me vuelve “encantadoramente loca”. Y me lee los
mensajes de móvil que escribo a su lado, por lo que tengo que empezar a tener
cuidado. Pero también esto nos permite un “juego” con sus almuerzos del cole,
en el que le escribo breves frases sorpresa, que ella lee en el recreo. Nos
conecta un poquito durante ese momento, y ella dobla y guarda ese papel de
aluminio con nota, con muchísimo esmero.
Es increíble verla crecer en tantos sentidos, dándole tiempo
y dejándonos sorprender en cada logro, y que con todo esto, me ayude a crecer a
mí un poquito también…
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