19 de febrero de 2014

El Valor del Tiempo...


Siempre he sido partidaria con los niños de DAR TIEMPO. Dar tiempo en el sentido de que somos animales (algunos más evolucionados que otros, pero este ya es otro tema…), y que por naturaleza venimos al mundo con unas capacidades básicas predeterminadas que aparecen y florecen en el momento en el que el niño o niña está preparado para ello.
En este sentido, nuestros niños y niñas, a los 9 meses o a los 18, terminan caminando. A los 5 años o a los 8, por norma general, leyendo. Y pocos, o ninguno, duermen en la cama de los adultos con 15 años. El niño o niña se sienta o camina cuando su cuerpecito está preparado para soportar el peso y el movimiento necesarios, y pide él mismo dormir en su cama, cuando los miedos no le atormentan y prima la necesidad de autonomía sobre otras.
Creo que tenemos que ofrecer posibilidad, oportunidad y modelo a nuestros niños, relativizando tablas de hitos evolutivos y percentiles, que lejos de ayudar, suponen una injusta presión para padres y madres (y en consecuencia para los hijos/as).
Expuesta mi humilde creencia, entro a compartir mi experiencia. Noa fue una de esas niñas que empezó a andar más tarde de lo que los pediatras y las abuelas esperan. No ocurrió lo mismo con el lenguaje, que aparecía a los 9 meses en forma de sencillas palabras. Desde entonces parece que esta área ha sido destacada en la princesa, alucinando ya su educadora infantil con sus explicaciones.
Ya desde hace un par de años podía pasar largos ratos jugando a identificar y crear formas con las letras y números con imán que le coloqué en la nevera.
A día de hoy y desde los cuatro años y medio, Noa no solo lee palabras sino que lo hace con pequeños cuentos. Y está “obsesionada” con ello. Le encanta y le refuerza mucho compartir este potencial. Y el mundo que le rodea se convierte en algo legible. Carteles, anuncios, marcas. Estamos rodeados de palabras susceptibles de ser leídas.
Así que me vuelve “encantadoramente loca”. Y me lee los mensajes de móvil que escribo a su lado, por lo que tengo que empezar a tener cuidado. Pero también esto nos permite un “juego” con sus almuerzos del cole, en el que le escribo breves frases sorpresa, que ella lee en el recreo. Nos conecta un poquito durante ese momento, y ella dobla y guarda ese papel de aluminio con nota, con muchísimo esmero.

Es increíble verla crecer en tantos sentidos, dándole tiempo y dejándonos sorprender en cada logro, y que con todo esto, me ayude a crecer a mí un poquito también…

Cambios. Nuevos Retos...


Cambios. Nuevos retos. Hace ya casi un año que la vida me colocó en el camino a alguien que me puso todo patas arriba. Alguien del que estoy aprendiendo y que me hace aprender sobre mí. Alguien que me remueve lo que daba por cerrado y a la vez que me abre a otras oportunidades. Alguien con una historia muy difícil en la mochila, por la que también estamos luchando… (“¿Quién me mandaría a mi?”, me pregunto a veces…). Alguien que trae consigo otras dos pequeñas joyas de la edad de la princesa y se convierten de la noche a la mañana en dos importantes compañeros de juegos.

Y el tiempo y las cosas se suceden de tal forma, que cuando abro los ojos me doy cuenta de que estamos metidas en una historia que hay que afrontar. Con mimo, dedicación y cuidado. Con nuevos aprendizajes hechos que hacen saltar alarmas antes de que sea demasiado tarde. Que supone muchas ilusiones pero también kilos de miedo, un miedo que a veces paraliza. Y entonces me sorprendo sobreprotegiéndome o sobreprotegiendo a mi hija para que no vuelva a sufrir. Esta vez sin embargo no desde la perspectiva del “para siempre” sino desde la de “que nos haga felices”.

Una historia que a Noa le hace perder algún privilegio y enriquecerse con otro tipo de cosas. Que me hace sentirme a mi más cuidada y así poder cuidarle mejor.  Pero que para ella también supone un nuevo cambio. Y fuerte. Porque esto le confirma que papá y mamá no volverán a estar juntos, frente al deseo inconsciente de todos y cada uno de los niños que tienen dos casitas. Porque no solo papá tiene una nueva familia, si no que mamá es ahora la que después de tres años dedicándose a ella en cuerpo y alma, tiene que repartir un trocito de su amor hacia otro lado.

Lo que le intento explicar a la princesa, es que cuantas más personas lleves en el bolsillo del corazón, más grande y capaz se hace este bolsillo, y que el amor que das a una nueva persona no va en función del que le quitas a otra. Y le repito cada día, que es la persona a la que más quiero en este mundo, que ella es lo más importante para mí y eso nunca va a cambiar. Pero desde hace 20 días, se empeña en dibujarme, día tras día, a papa, a mama y a Noa. Juntos, bien juntos. Y a mí se me rompe el alma. Pero a la vez entiendo que es su forma de elaborar esta nueva situación, y me reconforta que lo esté haciendo.

Esta es la parte dura del momento, si bien en la mayoría de ratos está contenta con las nuevas personas que han entrado a nuestra vida. Dice que se siente cuidada, a veces dudo si lo dice porque es lo que yo quiero oír… Pero la veo bien, teniendo en cuenta la tormenta.

Y es esta nueva situación la que refuerza todo lo que la admiro. Porque con cuatro añitos es capaz de enfrentarse a las tormentas como un guerrero de 40 años. Porque comprende y percibe las emociones de su alrededor como nadie. Porque saca a relucir sus elaboradas defensas, no solo para protegerse sino para protegerme. Porque es generosa como nadie, y capaz de pasar por encima de determinadas adversidades. Y porque además de todo, nunca deja de ser la niña de cuatro años que es.


Pues eso pequeña. Cuando de mayor leas estas líneas, te seguiré queriendo “desde aquí hasta Ustrualia”, como me dijiste ayer noche. O más si cabe. Serás una chica fuerte y valiente, y sobre todo, seguirás siendo el tesoro más valioso que tengo. Venga lo que venga.